Prostíbulo Poético
Pocas veces he pagado por ver una obra de teatro, por lo que
mi conocimiento y disfrute de este tipo
de espectáculos es un tanto nulo. Anoche queriendo un poco seguir viendo cosas
distintas en esta ciudad asistí con un grupo de gente muy buena onda al
Tertulia, un bar que está muy cerquita de la Plaza Aníbal Pinto, pues se
presentaría una obra de teatro llamada “El Prostíbulo Poético”, nombre que a primera
escuchada me resultaba curioso de saber de qué se trataba exactamente. Con un
poco de regateo con la persona que vendía las entradas, logramos pagar la módica
suma de $2000, precio por ver la obra y además disfrutar de una copita de vino.
Al ingresar a esta suerte de mini teatro, de inmediato sentías estar en un
burdel, las mujeres y actrices que nos conducían a nuestras mesas estaban
caracterizadas como bellas putas, con vestidos sugerentes, medias con
portaligas, sostenes de colores llamativos, brillos y plumas. Nos instalamos
y el show comenzaba con el animador del burdel, un tipo muy pintoresco con
aires de dueño, en un sofá reservado exclusivamente para él, quién nos daba la
bienvenida y presentaba una obra distinta, con putas y putos (porque habían hombres
también) que recitaban poesía con acompañamiento de guitarra en esa tarima antiquísima
que teníamos delante de nosotros. Cada
uno de ellos era un personaje y tenía una historia de cómo había llegado al
burdel, por lo que su poesía narraba parte de estos hechos, así como también,
de vivencias amorosas vividas al interior del lugar.
En una ronda de unos cuarenta minutos se presentaban todos de
forma individual con un pequeño show, el
cual en el caso de algunas mujeres tenía hasta baile. Sin duda que escucharlos
erizaba la piel, me emocioné mucho cuando una de las chicas cantó El Árbol del
Olvido de Víctor Jara. Su capacidad interpretativa era tal, que llegó hasta
hacerme caer algunas lágrimas. Me parecía
una mezcla perfecta de sensaciones, que se conjugaban muy bien desde la copa de
vino hasta el grado de luminosidad en su toque perfecto que tenía el lugar.
Pero no todo quedaba aquí, luego del término de las presentaciones,
se iniciaba una tanda de aproximadamente una hora, la cual consistía en “Privados”;
por sólo $500 pagabas una ficha, la cual te daba el privilegio de compartir un
espacio de intimidad con algunos de los actores, quienes te recitarían una poesía.
Sin dudas que nos costó decidirnos a pagar, por la estúpida razón que nos
provocaba un poco de nervios o ansiedad la situación. Estar con una persona
desconocida tras una cortina o en un sofá mientras ésta te recitaba un poema,
nos descolocó a todos. Después de mucho conversar, decidimos pagar y arriesgarnos
para ver qué sucedía. En lo personal me daba curiosidad ir con una mujer, y
muchas lo hicieron, pues captaron nuestra atención en la forma cómo se movían,
pero no, mi decisión era cambiar la ficha por uno de los actores, el mismo que
había abierto el show con un vozarrón tremendo que lo hacía excesivamente
atractivo. Al llamarlo me fue a buscar a la mesa y me condujo de la mano a un
sofá donde me pidió permiso para hacerme un masaje (a todas les hacía lo mismo)
y mientras lo hacía, comenzó a cantarme al oído una poesía, su voz maravillosa
en mi oído me hizo pensar en cuántas veces alguien me había cantado de la
manera más sublime al oído, y llegué a la conclusión que nunca había experimentado
esa bonita sensación. Debo confesar que la situación era a prueba de contención
y respeto. Pero cuando terminó tuve unas ganas tremendas de abrazarlo. Pero su
voz aunque nadie me lo crea, para mí fue la mejor de las bellezas que vi
anoche.
Mis compañeros de mesa quedaron tan anonadados como yo con
los privados poéticos que habían compartido, todos concluimos que se generaba
una pequeña rica intimidad con sabor a nervios, por el simple hecho de tener un
contacto mínimo con una persona que no conocías, pero que valía la pena
experimentarlo y dejarse seducir por una buena poesía.
Se terminaban los privados y nuevamente aparecía el animador,
quien llamaba a toda la compañía teatral al escenario para el número final. Un
número final lleno de alegría, todos bailando al ritmo de Pachuco y “Qué le
pasa a Lupita”, haciéndonos participar a nosotros, el público, en un trencito.
Todos bailando, riendo, yo los observé desde mi mesa, no tenía tapujos en
bailar, pero hay momentos como éstos que prefiero verlos para así tal vez no
olvidarlos nunca. Quizás en una próxima oportunidad me una con el resto.
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