Entre papeles y corchetes
Siempre sabemos que hay algo que nunca quisiéramos hacer, pero muchas
veces aquello se olvida cuando existe necesidad.
Siete meses más tarde decido
escribir, no porque me haya puesto un plazo para hacerlo, sino porque hoy
sentí que era el día en que podía
relatarlo con un poco de humor y afecto, cosa que tiempo atrás me hubiese
resultado hacer con bastante dificultad.
Mary. El lunes debes estar a las
10 de la mañana. Te van a enseñar todo. No te preocupes.
Una frase que sonaba confiable a
mis oídos, eso pensaba esa noche de domingo, llevando apenas dos días en Valparaíso.
Debía dormir luego, para presentarme al que sería el trabajo que había
conseguido mi amigo para que yo sobreviviera en mi estadía en el puerto. Particularmente
no se trataba de cualquier trabajo. Se trataba del trabajo que durante mucho
tiempo dije que nunca haría por el estrés que provocaba y la paciencia que no
tenía. Claramente como dirían algunos, nunca debes decir nunca.
Durante el tiempo de universidad
muchas veces quise erigir un altar a las personas que trabajaban en los centros
de fotocopiado; por esa valentía de permanecer tras un mesón viendo a diario
esas eternas filas y caras largas que se impacientaban si tardaban en
entregarles los documentos que iban a
multicopiar. Aquella escena además de provocar un rechazo en mí (por la actitud
de las personas), me provocaba una sensación de empatía con quien me atendiera,
por lo que no me molestaba esperar o aceptar algún error, pues insistía en ese
“yo jamás podría hacerlo, me estresaría en cuestión de segundos”.
Aquel lunes lo consideré mi peor
pesadilla. Así tal cual. Me presenté 15 minutos antes y los ocupé reflexionando
de manera seria si entrar o no. Me encontraba en el Centro de Fotocopiado de la
Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, un cuarto pequeño con
alrededor de 15 personas adentro en una actitud casi animalesca buscando
libros, como si el mundo fuera acabar esa misma mañana. Yo no era nadie, nadie
me conocía, nadie sabía que yo era la mujer que quiso aventurarse a irse de la
casa luego de haber salido de la universidad decidiendo trabajar en algo que
nada tenía que ver con la Historia y la Geografía.
Finalmente decidí ingresar, con
toda la valentía del mundo, me presentaba al que sería mi jefe, un hombre para
nada simpático que me hizo el peor recibimiento diciéndome inmediatamente que
iba aprender en ese mismo instante cómo funcionaban las máquinas y que me pusiera atender a ese
grupo de humanos desesperados que ahora se encontraban delante de mí. Nada
podía ser peor que además de tener que enfrentarme al trabajo que siempre
rehusé hacer, el trabajar con el dueño al lado, viendo todas mis reacciones de
rechazo, mi poca agilidad y el gran miedo de echar a perder las máquinas.
Incalculables fueron las veces que aquella mañana fotocopié mal miles de hojas,
desaté la furia y el enojo de muchas personas, entendiendo que desde aquel día
pasaba a ser la “niña de las fotocopias”, “la niña lenta” y ocupaba tiempo en
mi casa pensando todo lo que se hablaba de mí ¿De dónde la habrán traído?
¡Ojalá se vaya!, frases que me sonaban
rimbombantes en la noche, haciéndome sentir un miedo terrible. ¿Y si me echan?
¿Qué voy hacer? Dicho y hecho. Dos semanas más tarde el dueño quería que me
fuera, recuerdo que lloré mucho, no sabía bien de qué manera enfrentar la
situación, pero a la vez lo comprendía, era imposible que me dejaran cuando
hasta me complicaba la existencia utilizar la corchetera grande por no tener
demasiada fuerza, sin embargo, apelaba a que mi disposición estaba y que dos
semanas era muy poco tiempo para que alguien se hiciera verdaderamente experto
en el asunto.
Después de mucho hablar se me dio
la oportunidad de continuar. Marzo y Abril fueron los meses más tortuosos que
pasé en mi nuevo trabajo, pues se me puso a prueba hasta dejándome sola en las
horas pick cuando se llenaba de gente, fueron muchas las veces quise llorar de
la desesperación, sobre todo cuando ocurrían aquellos infortunios que iban desde
una máquina que mágicamente dejaba de funcionar hasta de una persona
desesperada que quería que le tuvieran todo listo en tiempo récord.
Nunca lo creí posible, pero con el tiempo aprendí, y
aprendí todo, desde no perder nunca la calma ante cualquier situación, hasta el
saber dónde se atascaban los papeles cuando las máquinas dejaban de funcionar.
Aprendí a que la gente debe esperar, más cuando algunas veces eres solamente
dos manos. Aprendí a querer mi trabajo y a nunca más temer de llegar a él. Aprendí que es verdad aquello que dicen que el
tiempo te hace hábil a todo. Y aunque suene un párrafo casi odiosamente
filosófico creo que lo más importante es que crecí mucho, todos los obstáculos
me endurecieron, me hicieron ver un poco más allá de lo que no había visto y
aquello me hace ser una agradecida pues era la misión número uno de esta loca
travesía. Hoy día creo aún más que podemos hacerlo todo…desde resolver una difícil
ecuación hasta aprender los más complicados pasos de un baile.
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