El circo del canguro Tyson


Estudié en un colegio de Ovalle que quedaba cerca del exs-recinto estación, lugar que por muchos años funcionó como el punto de encuentro de los viajantes en ferrocarriles. Pero para esos años los trenes habían quedado en el olvido y aquel sitio, no era más que un peladero donde se instalaban circos y carruseles. Aquello fue motivo para tener unas cuantas veces compañeros de curso que trabajan de payasos, trapecistas (siempre les decíamos que hicieran piruetas en los recreos)  o manipulando la rueda de la fortuna a la que tanto me gustaba subir.

El año 98 los niños de Chile esperaban con ansias que pasara por su ciudad el Circo de los Hermanos Fuentes Gasca, un circo mexicano, cuya máxima atracción era un canguro boxeador llamado Tyson. Lejos una de las cosas más raras que vi en esa televisión de los años 90', que aun nos prometía algo de misterio.

En mi colegio, era común que nos dieran uno que otro engañito por hacer las tareas en clases. Y competíamos codo a codo por conseguir desde los album de artecrom, hasta las entradas DONDE ENTRA UN NIÑO GRATIS al circo o carrusel.

Cuando el circo mexicano llegó a Ovalle, todos enloquecimos por conseguir una entrada para una función, no había otra forma de ir, porque ver al canguro que boxeaba para ese tiempo era carìsimo.
Yo felizmente logré que me dieran un ticket, el cual guardé bajo siete llaves para que no se me perdiera.

Por aquellos tiempos, mi abuela me iba a buscar al colegio y le conté sobre el circo y las ganas que tenía de ir. La Orfa dijo que no había problema que fuéramos. Total "ibamos a entrar gratis" (uno cuando es niño SIEMPRE comunica mal TODO)

Y nos fuimos al circo, yo estaba muy emocionada. Hicimos una laaaarga fila para esperar nuestro turno y entrar a la carpa gigante de colores, pero algo debió salir mal.

El boletero le dijo a mi abue que la que entraba gratis era yo, y que ella por ser adulta tenía que pagar la módica suma de $8000 (un dineral para esos tiempos). La Orfa que no me malcriaba tanto, me dijo que nos debíamos ir porque ella no iba pagar por su entrada y yo más encima sola no podía entrar.

Recuerdo mi cara de funeral subiendo por la Villalón. Chao canguro y chao ilusiones. La Orfa me dio una cátedra de economía diciéndome que los tiempos no estaban para pagar tanto por un simple circo, que vendrían otros y que aquel era mi único consuelo. No sabía como explicarle que los otros circos del cual ella hablaba no traían canguros boxeadores. Pero me resigné. Ella había sido bien categórica como siempre.

Llegamos a la casa y el Ernesto se asombró de vernos. ¿Y el circo?. No hay circo dijo la Orfa, una carestía que yo no voy a pagar. No tengo idea qué rostro me vio el Ernesto, aunque ahora que lo pienso dentro de esa malcriadez constante, nunca hubiese dejado que yo me quedara sin ver el canguro boxeador.

Nos devolvimos corriendo antes que comenzara la función. Y nos sentamos en primera fila.

Vi el canguro y en mi inocencia quise hasta decirle al caballero que animaba que lleváramos el canguro a la casa para que lo viera el Ernesto, porque el merecía todo en mi mundo.










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