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…..A veces nos encontramos en los sueños…Él siempre me sonríe...

El martes 15 de diciembre del año pasado fue la última vez que lo vi tendido en su cama, sus manos estaban tan heladas como cuando él contaba de sus aventuras en la Cordillera de los Andes. Recuerdo haberme despedido y haberle dicho con la misma sonrisa que le mostré siempre, que todo iba estar mejor y que él se iba a mejorar. A las doce del día siguiente mi teléfono sonó para avisarme que mi abuelo, había muerto.

Nunca olvidé ese preciso momento. Como si alguien hubiese apretado pause al control del tiempo. Quedé detenida en una calle tratando de internalizar dos palabras que había escuchado muchas veces en mi vida, pero que nunca me había hecho tanto sentido  oírlas. Se murió. Se murió y pensé de inmediato en lo que implicaba morir; que finalmente es no volver a ver, ni oír, ni reír a una persona que amas demasiado. Lloré mucho como si nunca hubiese sabido que las personas mueren, me sentí pequeña, casi como un niño al que nunca le han explicado que nos vamos a morir hoy día, mañana o a los 97 como el Ernesto.

Y vino el después. Dormir a saltos todas las noches. Soñar que él me venía a buscar y empezar a gritar cuando mi mente me avisaba que mi tata ya no estaba y que aquello era un montaje del dormir. Y luego. Somatizar. No querer comer en casi dos meses. Contraindicaciones de la pena. Nada era suficiente. Cómo asumir la pérdida y cómo reemplazar el vínculo. Imposible. Mi tata tendría que volver a nacer de nuevo. Aquello no iba a ocurrir.

Y aceptas, te refugias en la sonrisa del Santiago cada vez que te mira y quisiera decirte algo con sus ojitos pequeños. Te refugias en los cariños del Brau cuando te duermes y el te dice que nunca te va dejar de amar. Te refugias en la rutina, cuando te subes al colectivo y sabes que tu tata no está viendo el matinal en su pieza oscura en la televisión que estuvo 20 años solo en el TVN como el mismo decía, pero sabes que no debes llorar. Se va correr el maquillaje.

Pero recuerdas. Recuerdas siempre y todos  los días. Recuerdas cada una de esas conversaciones, que tanto me han servido para mis clases y para la vida. Y vives así. Suponiendo que me hubiera dicho él si yo le hubiera contado X historia. Y aprendes a vivir, incluso cuando prendes la televisión y sabes que no podrás discutir el domingo en el almuerzo por qué Donald Trump salió electo o por qué Fidel no le ganó a la dictadura de la muerte. Mary esas cosas no las voy alcanzar a ver. Cuéntame todo de alguna forma. Incluso cuando sea la tercera guerra mundial.





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