EMA
Como película resulta ser una apuesta de Pablo Larraín que no tiene puntos medios. O la amas o la odias. Juega con varios elementos difíciles a ratos de disuadir, entre el sexo, el reguetón y lo cabrón se entrelaza la telaraña de esta historia, la cual está ceñida a la culpa de su protagonista, Ema (Mariana Digirolamo), quién decide devolver al SENAME a un hijo adoptivo que resultó proyectar su lado más oscuro simbolizado en el cuerpo y el fuego.
El personaje de Ema simboliza desde su propia apariencia
el arquetipo de la mujer cabrona que se mueve deslenguadamente por el mundo,
que no tiene tapujos para enrostrarle a su pareja (Gael García como Gastón) su
infertilidad como causa principal de sus dolencias y el querer llenar el
espacio de un hijo que biológicamente no pudo ser concebido (pareciera que al
principio en la puesta en escena de la coreografía, la imagen de fondo simbolizara
esa célula que los separa) o para
pararse a bailar sobre una mesa y engatusar a una mujer correcta, casada y por
cierto, abogada. Ema se muestra toda la película con una seguridad que llega a
sorprender como atrapa a cada uno de los personajes con los que establece relaciones.
Aquello a ratos pareciera convertirse en un odioso narcisismo que choca con las
malas decisiones de la protagonista y ese mundo real que la juzga y la señala
con el dedo por ser una mala madre.
La fotografía es simplemente maravillosa, Valparaíso en
su máximo esplendor, con la idiosincrasia de sus cerros, su eterno mar y cada
recoveco que pareciera representar las vicisitudes que atraviesa la protagonista
evoca constantemente cada color y los arquetipos
que surgen en los rincones porteños, particularmente en las mujeres que con su
cuerpo y su ser han querido demostrar los nuevos valores femeninos del Siglo XXI,
dueñas de sí y con diálogos que callan a los hombres, los que pasan a ser un
mero decorativo en la trama. Esta película es profundamente feminista. La
fuerza de las mujeres logran llenar cada uno de los espacios de esta historia. Mujeres
que buscan experimentar un sinfín de sensaciones y romper con los paradigmas
canónicos, Ema es un baluarte del querer recuperar. Y nos enseña que muchas
veces las mujeres no estamos predispuestas a la maternidad y aprendemos en la
marcha a criar hijos y proyectarnos en ese rol tan encasillado donde no tenemos
derecho a equivocarnos. Equivocaciones con el tiempo se pueden sanar, como lo
es ella misma en este camino de querer recuperar el vínculo con un hijo que no
es de su sangre pero que la ha marcado en esta vida de alocadas situaciones.
La trama de la historia nos hace incluso a la fuerza
desarrollar esa empatía por el personaje y lograr entender por qué la
protagonista se comporta de una determinada manera. La base de todo logra ser
ese hijo abandonado que se mimetizó con ella a tal punto de querer dejarlo. Ese
espejo que atormenta su propio ser, y que la lleva a botar esa rabia que
contiene a través del baile y su intensa
sexualidad. Ema con mucha astucia logrará conectar con su hijo colombiano
devuelto. Un vínculo que ella misma creará seduciendo a los nuevos padres de Polo.
Seducción bajo lo carnal, dispuesta a entregarse a un hombre y a una mujer que
viven los entretiempos de un matrimonio desgastado, que los hace ser atrapados
por separado bajo los encantos de una mujer que augura el propio horror de sus
planes para lograr no separarse nunca de este hijo.
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